La conferencia climática de Madrid ha sido la que más se ha prolongado de todas las que han tenido lugar hasta ahora. Las negociaciones se prolongaron hasta la mañana del domingo. Sin embargo, el resultado fue un documento final débil que pospone casi todos los puntos clave para el próximo año. ¿Un fracaso, incluso una catástrofe para la protección del clima? Creo que, entre los posibles resultados previsibles de la conferencia, este fracaso en cierto modo, específicamente el comercio de los derechos de emisión es algo positivo.
Para entender este punto de vista, hay que mirar lo que realmente se negoció en Madrid. No, la agenda no tenía lo que se necesitaba teniendo en cuenta las señales de alerta de tantas regiones del planeta: que los estados decidieran en conjunto intensificar de inmediato y considerablemente sus esfuerzos para la protección del clima. Y que apoyen solidariamente a los estados más pobres y vulnerables del mundo para hacer frente a los daños climáticos que ya se están produciendo hoy en día.
En cambio, la agenda se centró en las "reglas del juego" del comercio internacional de emisiones - la "letra chica" del artículo 6 del Acuerdo de París. Gracias a la resistencia de una coalición de Estados especialmente vulnerables y de la UE, el intento de acordar normas, que habrían hecho de este comercio de emisiones un enorme fraude para la opinión pública internacional, al menos fue rechazado en Madrid. Sin embargo, los acontecimientos también mostraron por qué el comercio internacional de emisiones es una mala idea y, por lo tanto, el fracaso de las negociaciones del artículo 6 es quizás lo mejor que se puede esperar al respecto en el contexto de las negociaciones climáticas.
El comercio internacional de emisiones negocia con un bien particular: la reducción de emisiones en un país que puede ser acreditada a los respectivos objetivos en otro país. De esta forma, se le permite al país comprador que emita más de lo que realmente se acuerda a nivel internacional.
A los economistas les gusta elogiar este sistema como una forma de lograr los objetivos climáticos internacionales de forma más barata. Y porque es más barato, sostienen, los países estarán más dispuestos a establecer objetivos más ambiciosos. Este argumento, sin embargo, se basa en ilusiones, en condiciones previas que no se pueden encontrar en la realidad.
La reducción de emisiones se mide en función de los objetivos establecidos por los Estados en el marco del Acuerdo de París. Son compromisos voluntarios: Nationally Determined Contributions (las NDC - Contribuciones Nacionales Determinadas) - contribuciones de protección climática determinadas a nivel nacional, en la jerga del acuerdo. Hasta ahora están lejos de ser suficientes para alcanzar los objetivos de temperatura global del Acuerdo de París - limitar el aumento de la temperatura media global a muy por debajo de 2°C, ojalá incluso 1,5°C. Según un informe publicado en noviembre por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, estos compromisos alcanzarán alrededor de 55 gigatoneladas de CO2 equivalente en 2020; más del doble de las 25Gt que el mundo debería emitir en un escenario de 1,5°C, y aun así alrededor de un 50% más de lo que se necesitaría en un escenario de 1,8°C.
Tomemos una analogía del atletismo, el salto con garrocha: los Estados fijaron la vara con las NDC. Y cada pocos años lo hacen de nuevo. Ahora el comercio de emisiones en virtud del artículo 6 debería permitir a los Estados ganar dinero a partir de la diferencia entre dónde se encuentra la vara y qué tan realmente alto fue el salto. ¿Qué incentivo da un sistema de este tipo en cuanto a la altura de la vara? Por supuesto, dejarla lo más bajo posible para poder saltarla con la mayor facilidad posible. Este es un incentivo perverso en una situación en la que los Estados, en conjunto, debieran dejar sus varas el doble de alto de lo que actualmente se encuentran. La protección internacional del clima no puede funcionar así.
Sin embargo, la Conferencia de Madrid mostró un segundo efecto del comercio internacional de emisiones que ha de parecer absurdo ante los ojos del observador imparcial: la reducción de emisiones negociables que se reconoce en otros lugares como derecho de emisión se transforma en un bien, un activo en el lenguaje de la industria financiera. Y todo aquel que posee un activo lucha para que éste conserve su valor. Es decir, que los derechos de emisión una vez creados sigan siendo reconocidos como tales.
Este fue uno de los puntos de controversia en Madrid: De acuerdo con algunos estados, la reducción de emisiones del comercio de emisiones del Protocolo de Kioto (MDL) también debería reconocerse como derechos de emisión en el marco del Acuerdo de París. Y esto a pesar de que últimamente los expertos señalan que estos créditos MDL en gran parte no representan una reducción de emisiones "real", sino que son el resultado de todo tipo de juegos sucios. Sin embargo, la economía política del comercio internacional de derechos de emisión lleva a que el derecho de emisión, transformado en un título de valor, encuentre defensores entre los Estados que luchan por su validez. Y todo esto en un momento en el que el número de derechos de emisión debería reducirse drásticamente, incluso a la mitad.
Finalmente, Madrid se enfocó en otro punto oscuro del comercio internacional de emisiones. En el marco del MDL anterior, los países industrializados podían hacer que el crédito de los países en desarrollo se abonara a sus esfuerzos sin que los países vendedores debiesen tener en cuenta en su propia contabilidad de emisiones las que corresponden a los países industrializados, las que son más elevadas.
La contabilidad de reducciones de emisiones tenía un agujero negro en el que las emisiones desaparecían desde un punto de vista contable. Y Brasil, que con el presidente Bolsonaro pasó a ser un estado canalla en términos climáticos, luchó arduamente en Madrid para mantener este agujero abierto. En otras palabras, vender la reducción de emisiones a otros países y aun así seguir acreditando sus propios esfuerzos climáticos. Una tonelada de reducción de emisiones se convirtió de repente en dos, la atracción que produce el buen dinero da para todo tipo de acrobacias. La atmósfera terrestre, sin embargo, no perdona las emisiones reales de CO2. Su temperatura aumenta sin dejarse impresionar por los trucos de contabilidad de los estados.
Bajo un sistema de compromisos voluntarios determinados a nivel nacional, como se decidió en París, el comercio de emisiones establece incentivos masivos que van en dirección equivocada, y esto a raíz del proceso repetitivo de compromisos voluntarios a largo plazo, no sólo una vez. Por lo tanto, las negociaciones sobre el artículo 6 deberían suspenderse. La protección del clima no siempre se aborda en las negociaciones sobre el clima. Por consiguiente, en estas condiciones, el fracaso de las negociaciones sobre el artículo 6 en Madrid fue un golpe de suerte.